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Argentina
2 de julio de 2023
PERONISMO

¿Se puede volver a ser los cabecitas negras?

El exdiputado nacional por Río Negro y dirigente del PJ, Osvaldo Nemirovsci, analiza la situación del peronismo de cara a las PASO y propone una serie de reflexiones

¿Se puede volver a ser los cabecitas negras?
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Por Osvaldo Nemirovsci
Exdiputado nacional del PJ por Río Negro



Está perfecto que el foco político lo ocupe el tema electoral. Y en el caso nuestro, del peronismo, los vaivenes internos. Han sido muchos, raros y sorpresivos y eso hace que tengan cierta preeminencia en la escala de importancia. Pero, no está de más, sumar en algún nivel del escalafón peronista, ciertas ideas, para nada nuevas, pero si arrinconadas en los desvanes de la memoria.

Y que quede claro que nada de lo que se escriba a continuación tiene sabor vintage ni viene coloreado en sepia. Es la simple puesta en valor de aquello que hace a lo que somos. Y si no somos lo propio, terminamos vergonzosamente disfrazados de lo ajeno. Sí pretende situar en actualidad «valores» que hacen a lo identitario esencial.

Un breve tinte doctrinario e histórico para mirar la política desde variantes que, aunque no lo crean, también hacen a lo electoral y a mejorar una campaña. ¿Se puede volver a ser los cabecitas negras? ¿O el tiempo, los tiempos, ya han envejecido ese concepto, tan preciso, molesto y distintivo?

Sí claro, pero no desde un sentido racial fuera de época ni por confundir las contiendas políticas, necesarias y agonales, con supuestas luchas de clases que antagonizan y buscan como objetivo dominios no democráticos y «beneficiosos» regímenes autoritarios. No, sabemos dónde estamos y en qué tiempo nacional y global vivimos.

Ser cabecita negra es una alegoría. Un ademán simbólico hecho con donaire político para decir, acá estamos. Actualizados, modernos y digitales. Pero somos nosotros.

El peronismo, es decir la dirigencia más conocida, famosa y encumbrada, que nos representa o eso cree, debe asumir con sinceras formas y discursos que estamos para ser la voz de millones de argentinos que quieren el trabajo que no tienen, y que los que trabajan quieren cobrar los sueldos que les deben, los de hoy y los de tantos años de desequilibrio en la distribución del ingreso y que muestra como en el achicamiento del PBI, la parte más debilitada reitera siempre el renglón de los laburantes.

Decir que somos tan pluralistas como cualquiera y tan democráticos como los que más, que no vamos a dejar que nos corran con esos valores aquellos que, desde progresismos inciertos, los olvidaron en tantos años de joder a los demás, de esquilmar laburantes, de vivir sentados en los cómodos sillones de las finanzas viendo cómo se demolía la Argentina de la producción, como la memoria fabril se iba volviendo nebulosa hasta desaparecer.

Esos no nos van a hablar desde arriba ni de democracia ni de progresismo ni de derechos humanos. Ya pusimos cuotas altas de dolor en la historia contemporánea, como para seguir rindiendo exámenes.

Somos más y mejores que muchos. Somos más íntegros que los que matan a su propia madre si hay dos dólares en juego. Los bandidos de mil delitos, los sinvergüenzas bronceados y con trajes de cinco mil dólares no nos van a convencer que son mejores y que están más capacitados para administrar el país. Han hambreado a la Argentina y han capangueado trabajadores, todo para llevarse un peso más a sus arcas. Estamos enfrente de intereses a los cuales le sobran resortes para joder gente y les falta la dignidad de la mínima empatía.

El peronismo debe volver a tener la cabeza levantada y el orgullo en los ojos que brillen de entusiasmos por nuevas épicas. Claro que para eso también hay que «salir del armario». Poner colores radiantes sobre el blanco y negro de lo acostumbrado pero malo. Decir que también tenemos adentro a muchos taimados. A muchos enriquecidos y que se desclasan con facilidad. El peronismo debe ser portador sano de esperanzas. Asegurar que, en la lotería del futuro, no compraremos los números de los explotadores.

Los que mamaron de la rapiña de nuestros recursos, de los bienes comunes argentinos, de relaciones prostituidas con el Estado hasta que la leche corrupta les mancho la barbilla, no son mejores que nadie para que aparezcan en los medios con sus pontificias recomendaciones sobre qué hacer en la política ni para que los naturalicemos como dirigentes políticos de nada ni de nadie.

Ni de los partidos liberales ni de derecha ni de izquierda, pero mucho menos del peronismo.
Los que ayudaron a que nuestro país olvide el esfuerzo industrial, pierda la evocación del bienestar común y nos condujeron a la especulación, a la amistosa subvención estatal para hacer lo que no sirve, a los favores de licitaciones de servicios para que amigos y «compañeros» manejen la energía, el petróleo y medios de comunicación. A esos no los queremos. Ni adentro ni afuera.

También es cierto que, si no modernizamos lenguaje, militancia y propuestas, estos tipos nos seguirán ganando y en un eterno Kama Sutra sobre nuestra propia historia, gozarán de su poder sobre la economía, la política y la cultura. No dejemos que los que tienen casi todo, tengan más.

Y mucho menos que el peronismo, sea utilizado como vehículo instrumental de estas canalladas éticas. Porque un país es canalla, cuando tiene la cantidad de pobres, hambrientos y desesperados como tenemos nosotros.

No dejemos que cundan modelos disciplinadores para los trabajadores argentinos y que siempre ese modelo tenga como eje el abaratamiento salarial.

Y esto, que puede parecer un glosario de deseos más teóricos que prácticos, debe convertirse también en bandera de campaña.

Ya que tenemos candidatos, bueno… que planteen estos temas como valía electoral.
 

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